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EL PROBLEMA UNIVERSAL

Este 2022 hace ya diecinueve años que tomé la decisión de ser Abogada.

Han sido muchas las experiencias vividas, en realidad tantas como clientes he tenido el privilegio de conocer y acompañar.

Os podréis imaginar que durante casi veinte años el número de problemas con el que he trabajado y su origen es ciertamente diverso. Por poneros algún ejemplo, haré un ejercicio de memoria rápida sobre algunos temas que me he ido encontrando por el camino.

Recuerdo…

  • Disputas sobre el deslinde de tierras.
  • Herederos que se sentían ultrajados con el reparto testamentario.
  • Jóvenes condenados por desobediencia a la autoridad durante una mala noche.
  • Un chico que quedó tetrapléjico en un terrible accidente eléctrico.
  • Un inventor que luchaba por su patente contra una multinacional.
  • Profesionales a los que no amparó su seguro de responsabilidad civil ante una negligencia.
  • Empresarios con disputas comerciales por la calidad de las mercancías recibidas.
  • Una señora que intentó acariciar a perro ajeno y acabó con la mano mordida.
  • Un padre que perdió la custodia de sus hijos.
  • Una financiera que quería reclamar sus deudas.
  • Una tecnológica que tuvo un pleito sobre la titularidad de una herramienta que construyó en colaboración con otro partner.
  • Una energética a la que le adeudaban mucho dinero por enganches a la luz fraudulentos.

Y la lista puede continuar…

Cada uno de estos clientes, con sus particularidades, tenía un problema definido y buscaba una solución a través del Derecho. Todos iniciaron sus correspondientes procesos legales (judiciales o no). Y todos los finalizaron obteniendo un resultado, en muchas ocasiones favorable, pero en casi todas poco satisfactorio por la falta de información que padecieron.

Pese a la heterogeneidad de los problemas, las diferentes soluciones y los muy distintos caminos transitados por estos usuarios, absolutamente todos compartían algo: estaban perdidos, no entendían el lenguaje jurídico, no sabían nada sobre sus procesos, ni cómo atravesarlos ni porqué debían hacerlo.

En definitiva, estaban metidos por primera vez en un lío, no sabían ni cómo habían entrado en él ni como salir, y todos los expertos a su alrededor en lugar de simplificarles la información les aturdían con términos incomprensibles y con escritos extensísimos de los que nada comprendían.

Este desconocimiento, esta poca claridad de la norma, de los procesos, de las resoluciones judiciales, de los documentos que habían firmado, la incomprensión de los profesionales… Les hacían desconfiar rotundamente del sistema.

Si el Derecho es transversal, afecta a todos los sectores y usuarios, y es solución para

-casi- todos los problemas, ¿no deberíamos prestar más atención a la otra parte de la relación? ¿No deberíamos esforzarnos y acercarnos al usuario? ¿No estaría mejor adaptar todo lo que podamos para recuperar la confianza en el sistema?

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